My beautiful Laundrette

El sábado me tocó lavar ropa, ¡por fin! Y es que me encanta ir a la lavandería de la calle Johnston, a Mi Hermosa Lavandería. Es un momento de tranquilidad tal que vale la pena tomar un rato para describirlo.



Para empezar, el nombre del local está tomado de la peli dirigida por Stephen Frears que se estrenó en 1985 en la que Daniel Day-Lewis caracterizaba a un joven londinense que por azar recupera la amistad con un antiguo amigo de la escuela al que ayuda con el negocio de su tío, la lavandería.


Antiguas máquinas de lavar Speed Queen de carga superior que no fallan, secadoras gigantes, máquinas de café, bebidas y snacks para pasar el rato…y la música, ¡qué musicote! La primera vez que fui sonaba jazz y ayer, temas africanos.



Es baratísima, lavas por sólo $2,60. Y por $2 la secas durante 30min. Me pilla un poco lejos de casa pero vale muchísimo la pena; para mí que adoro la belleza de la sencillez, es toda una experiencia.


Ves desfilar una auténtica amalgama de melbournitas, desde l@s african@s de los bloques de enfrente hasta hipsters que van porque les resulta cool y porque ya están allí (Fitzroy es el barrio hipster de Melbourne por excelencia), pasando por gente que lee, juega a las damas, resuelve un crucigrama, trabaja con el ordenador o simplemente mira al techo…la clientela característica del barrio de Fitzroy. Yo vivo en el barrio de al lado, Carlton, pero lo cierto es que fui a inspeccionar la lavandería que han reabierto al lado de casa y es, además de carísima, muy muy aburrida, así que declaro mi amor por My Beautiful Laundrette y de paso ando 15min, que nunca viene mal.



Llego, programo mi lavado, saco una bebida refrescante-dietética-con burbujas-con extracto de cola y me siento a leer un libro que me lleve, por ese breve lapso quincenal de apenas una hora, de vuelta a casa. De Barcelona me traje Últimas tardes con Teresa, de Marsé (DeBolsillo). Y ahí entre el runrún de las lavadoras, el ir y venir de la parroquia habitual y la música colorida de turno, me aventuro por la Barcelona de los años 50, acompañando al Pijoaparte, el protagonista de la novela, en sus aventuras.


Luego vuelvo a Carlton, a Melbourne, a este paréntesis insular de casi un año ya en el que me dedico a trabajar para tener con qué seguir camino mientras tropiezo con momentos de calidad como el de la lavandería.