St. Kilda connection

Hoy el correo trae muchas cosas buenas: un CD, postales y un libro dedicado para St. Jordi. Algunos amigos mandan de vez en cuando cosas desde Barcelona por esa manía suya de tocarme el corazón, lo cuál me encanta (gracias Carlos y Begoña). 
Ya antes de salir de casa el día se manifiesta e invita a que me fije en las pequeñas cosas que tanto marcan la diferencia.

Postal y libro hablan de viajes, de emociones y de reflexión, y ambos vienen a proponer nuevos proyectos. 
El cd es un recopilatorio de soul y como todos los que me ha mandado Carlos hasta entonces, pretende ser banda sonora de lo cotidiano. Como todos, este también me encanta, lo escucho mientras escribo.
El libro es Una mochila para el Universo: 21 rutas para vivir con nuestras emociones, de Elsa Punset.


Debemos observar las señales. Están ahí para que aprendamos algo y nos ayudan, si sabemos leerlas, a tomar decisiones.

Doy vueltas por la casa, arreglo un freno de la bici, lavo ropa, me ducho y salgo. Pedaleo calle abajo y me fijo en calles y sitios. Hace apenas una semana que me he vuelto a mudar, empiezo de nuevo otra vez.

Olvido el candado de la bici en casa y una vez llego al bar empiezo a pensar en dónde situarme para poder vigilar la bici mientras como. Una chica me ofrece sentarme en su mesa y rechazo su oferta por estar de espaldas a la puerta. Elijo al fin una mesa en el ventanal desde donde puedo ver la calle y por ende, mi preciada bicicleta. Preferiría sentarme en la terraza pero está llena.

Ordeno comida, me siento y al poco queda una mesa libre en la terraza. Cambio de sitio sin avisar a la camarera que me ha tomado el pedido, lo que provoca pequeña confusión en la cocina por la que me toman el pedido de nuevo, de forma que la comida tarda una eternidad aunque yo todavía no lo sé. 
Saco un libro de cuentos que tengo a la mitad y empiezo a leer. Con el tiempo llega un chico y me pregunta si puede sentarse en mi mesa. Acepto y leemos en silencio. Ordena su comida, nos traen agua, me levanto a preguntar por mi comida, lanzo rápidas miradas a mi bici...

Llega la comida y empezamos a hablar. Dejamos atrás las presentaciones y encontramos puntos en común. Es un australiano de 25 años, vivió en Granada y pedaleó hasta Francia, cuando mejore su castellano quiere irse un tiempo a Latinoamérica. Cruzamos contactos, terminamos de comer y pedaleamos hasta que nuestros caminos se separan.

Toda esta situación me hace pensar en el sentido de las decisiones que tomamos y en cómo estas nos llevan a unos lugares y no a otros, sin ponerme demasiado místico, claro.
También en las cosas a las que renunciamos y no podemos retomar como forma sana de seguir en una dirección sin dispersar nuestra motivación en mil cosas que no terminaremos por falta de tiempo.

De eso fue la conversación con Piers, el chico, me apetecía contarlo.