(Dedicado a quienes quieren venir y a quienes ya están aquí, currándoselo cada día)
Comento con amigos que Australia
es como una centrifugadora en todos los sentidos, por lo menos para quien viene
con expectativas que van más allá de viajar y volverse.
Un@ llega aquí tras una gran inversión de
tiempo (en tomar decisiones y ajustar expectativas), dinero (venir es caro) y
emociones (la familia y los amigos se quedan, la sensación de soledad…). Y
llegas al aeropuerto. ¿Vienes por 6 u 8 meses? Eso no importa, como si vienes
por 3, porque el proceso es similar. El primer mes te aclimatas, empiezas el
curso que has contratado, buscas casa y trabajo, haces los primeros contactos, quizá
visitas un poco la ciudad o los alrededores, hablas bastante con la familia,
haces amigos… Durante el segundo continúas intentando asegurar todo esto y
empiezas a darte cuenta de que puede ser algo más difícil de lo que creías.
Buscas trabajo ‘de lo tuyo’ pero ves que tu visado, tu nivel de Inglés y tu
titulación no aseguran tanto esa expectativa inicial, así que te mantienes en
ese trabajo no cualificado que en España difícilmente hubieras hecho (entre
otras cosas porque también es difícil de encontrar), pero que aquí, de momento,
es el único que te ofrecen.
Mientras tanto te has dado cuenta
de que vivir gastando lo mínimo es carísimo por estas latitudes, que tus
ahorros de España empiezan a desvanecerse y que, quizás, no has podido siquiera
viajar a la ciudad de al lado. Por eso pasas los días buscando un trabajo
mejor, un alojamiento más barato y sigues estudiando y a veces diciendo que no
a posibles trabajos, pues al curso tienes que ir (has pagado y es obligatorio).
Dependiendo de tu aguante, tus
expectativas iniciales, tu capacidad de adaptación y las previsiones
económicas, estarás pensando, a mitad de tu visado, si renuevas o te vuelves a
casa.
Asi, por unos meses, estás en pleno centrifugado, programa largo para
materiales delicados.
Pero esto es fantástico, la
verdad. Te das cuenta de lo mucho que vale la pena esta experiencia, de lo
distintos e iguales que llegamos a ser independientemente de donde seamos. Del
mundo que te rodea, del cómo se ven las cosas desde aquí, de la sensación de
ligereza que da el estar tan lejos, por tu cuenta, detrás de las cosas que
quieres o que querías y que desde que han llegado no han dejado de cambiar de
color y tamaño.
Y si puedes y sigues pensando que
vale la pena (en casa te cuesta mucho mas conseguir mantenerte), renovarás tu
visado por más tiempo, como comprar una ficha de todo un año en la montaña rusa.
Pero llega, llega el momento en
el que termina el centrifugado y sales
disparad@. Quizá con un Visado de Trabajo Permanente, otro Visado de Estudiante
o un billete de vuelta a casa.
Esto es difícil pero vale la pena
intentarlo, si consigues dejar los miedos y las excusas de lado. Por lo menos,
centrifugar implica un movimiento, una energía, un sentirse vivo luchando por lo que un@ quiere.